sábado, 7 de abril de 2018

Master en democracia


Francamente, me pillan siempre unas fechas en estas latitudes del año que las obligaciones del trabajo me impiden mantener al día este hobby de escribir. Y no es por falta de ganas ni de temas para hacerlo que mira que los hay en esta cada vez más desnortada España con un gobierno que no gobierna, una oposición hecha unos zorros y la casa por barrer entre todos. Mientras, los españolitos de a pie dejándonos la piel para intentar sacar nuestra vida adelante cuando no, nuestros jóvenes, se ven obligados a una emigración incierta ante las pocas oportunidades que les ofrece este país.

En unos días aparecerá un nuevo artículo en Amanece Metrópolis de mi cosecha del que dejaré aquí buena cuenta pero, mientras, les dejo unos breves comentarios, sobre el fenomenal lío de la presidenta de Madrid y su más discutible que discutido Master.

A estas alturas del metraje que todavía no hayamos visto dimisión alguna en el affaire de Cristina Cifuentes es algo que no puede ya sorprendernos. Lo que sí que debería seguir preocupándonos  es la recurrente defensa de la misma desde su partido dando gas al ventilador del arco parlamentario y el buen calado de dicho argumento entre una parte de la ciudadanía que es capaz de excusar a sus representantes públicos encajando como una normalidad más sus actos más temerarios.

Una prueba más de que nuestra democracia todavía no ha alcanzado su mayoría de edad y de que en determinados aspectos seguimos aún muy lejos de otras democracias centenarias allende de los Pirineos. Por la mera condición humana es obvio que la corrupción sea un virus en estado latente para la clase política en cualquier rincón del mundo, pero sí que es cierto que en otras democracias más avanzadas si te pillan lo pagas, mientras que aquí en España la cosa se hace mucho más laxa.  Sucesos desde «el caso Toblerone», de la dimitida viceprimera ministra sueca hasta el de «la multa de tráfico» del dimitido ministro de energía británico que en España hubieran pasado como una mera anécdota, evidencian la enorme distancia que todavía nos separa de otras naciones en cuanto a la debida concienciación del asunto.

Probablemente el hecho de que la democracia viera la luz en España después de un largo periplo donde, como en todos los modelos totalitarios, la corrupción formaba parte intrínseca del estado y que ni la Transición, ni los gobiernos posteriores pusieran coto a la misma, permaneciendo en el modus operandi de la política y  haciendo de esta un brazo más de los intereses del gran capital y las grandes empresas, ha hecho que entre muchos ciudadanos haya quedado asumida aunque sea de mal grado y se quede, como tantas otras cosas, en una amena tertulia en la barra de cualquier bar.

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